Pueden estar en los rincones más alejados de las capitales, en medio de las sierras, sobre la costa o en bien en el centro del país. Su calma y su calidez abrigan grandes saberes y tradiciones populares, y los transforman en lugares paradisíacos para quienes llegan escapando del stress de la vida urbana.
Visitarlos, es una excelente oportunidad para conocer recetas únicas, escuchar viejas leyendas y para recuperar bellas prácticas cotidianas que por la vorágine de las grandes urbes suelen quedar en el olvido.
Uruguay tiene un sinfín de pequeños poblados llenos de encanto, algunos con una marcada influencia de culturas extranjeras, como San Javier, fundado por inmigrantes rusos en el departamento de Río Negro, en donde todos los inviernos, cuando se cumple un nuevo aniversario de su fundación, florecen danzas, tradiciones y comidas típicas del país euroasiático.
Nuestro país también tiene maravillosos pueblos costeros como Cabo Polonio, donde es posible disfrutar del cielo más estrellado del país, gracias a la ausencia de la luz eléctrica y la calma del lugar, o como Punta del Diablo, donde viven menos de 1.000 habitantes en su mayoría pescadores que ofrecen los frutos del mar más frescos y las recetas más exquisitas.
En poblados de Tacuarembó, como San Gregorio de Polanco, es posible encontrarse con un gran acervo artístico y con el primer museo a cielo abierto de Latinoamérica; o conocer el lugar donde Carlos Gardel compuso y cantó sus primeras canciones al visitar Villa Edén.
El norte del país, también guarda rincones encantadores como Minas de Corrales, donde es posible visitar antiguas minas de explotación minera y rememorar la intensa búsqueda de oro que hubo en Uruguay durante el siglo XIX o conocer las ruinas de la primer represa hidroeléctrica del continente americano.
Fuente: https://turismo.gub.uy/index.php/lugares-para-ir/pueblos